lunes, 21 de febrero de 2011

A mi querido pueblo, El Romeral

¡El Romeral! Tu aliento vigoroso,
es español, manchego y castellano,
y tienes en tu ayer esplendoroso,
el temple del acero toledano.

En breve historial de tu pasado,
se adivinan destellos de tu gloria,
pues tu seno fue a veces designado
cuna y mansión de seres de la historia.

Fundado el Emirato de Toledo
en tiempos de dominios musulmanes,
eligieron sus próceres tu suelo
para instalar sus huestes militares.

En tí fijó algún tiempo su morada
la hija de un Emir, Zaida la Bella,
que Alfonso VI un día desposara,
e Isabel de Castilla luego fuera.

Terminada por fin la reconquista
en la cual demostrastes tus desvelos,
te dió el Rey Castellano sus franquicias
e incluso el mismo Fuero que a Toledo.

Tus hombres acudieron presurosos
a luchar a las Navas de Tolosa
y su coraje fue tan valeroso,
que alzaron semblanzas elogiosas.

En las crónicas del Arzobispado
quedó narrada tu acometividad,
y agradecido Don Alfonso VIII
te otorgó los Títulosde la Lealtad.

Doscientos quincemil maravedíes
fue el precio de un servicio a la espadilla
y Felipe II entonces rey
te pagó con el título de villa.

En aquel tiempo, querido Romeral
poseías la fuerza y la riqueza,
diez personajes con fuero militar
y otros tantos con Título y Nobleza.

Disputas y Aveniencias sin demora
surgieron por quererte anexionar
entre el Señorío de Jiménez de Roda
y las Cruces de la Orden de San Juan.

De un hogar solariego de tu villa
partió hacia la guerra Don Angel Melgar
y en las cruentas batallas de Melilla
alcanzó glorioso la inmortalidad.

En la que hoy es tu valle de Cervantes
nació para España tu bravo capitán
quién con su haz de gestas militares
entró al futuro como héroe nacional.

Para honrarel valor de aquella historia
recomendó Alfonso XIII un buen lugar
y erigió un monumento en su memoria
en las cercanías del Palacio Real.

Tú entregaste tus hombres a las armas
sin dejar de escribir ni de labrar,
pero quedan huellas en tu alma
que te obligaron a rememorar.

El reto de tu Fragua de Vulcano
fue un simulacro de armas popular
un gran choque entre moros y cristianos
cuyo explendor dio fama a tu lugar.

Los mozos más gallardos de tu casta
montaron tus corceles más briosos
y en la fiel resonancia de esa Fragua
se divulgó el reflejo de tu arrojo.

Tú fuistes siempre un pueblo laborioso
que asumuistes con garra tus deberes
y pasastes tus ciclos industriosos
sin negarle a tus campos sus quehaceres.

La industria de esparto dió a tu vida
un sinfín de horizontes y placeres,
y en tus obras de pleitas bien tejidas
se estimularon hombres y mujeres.

En tu tierra hubo siempre esos cultivos
que adornan la piel de tu esperanza,
y con frutos de viñas y de olivos
se doraron tus sueños de riqueza.

Sobre las crestas de tus cerros grises
tus molinos de viento se eternizan
y hay rumores de siglos que nos dicen
el poder que esos muros simbolizan.

Cuatro viejos colosos, que en su día
pasarían por la mente de Cervantes
cuando al buen Don Quijote antojarían
cobardes y energúmenos gigantes.

Tu afición a la música y la danza
simbolizó tus dotes culturales
y entre notas de orquestas y de bandas
conservastes tus bailes regionales.

Tu iglesia y tus ermitas son testigos
de tu sublime espíritu cristiano,
y el eterno abrazar de tus amigos
confirman tus aspectos siempre humanos.

Pero llegó un buen día querido pueblo,
que tu censo natal se hizo muy grande,
y a tu industrias esparteras de otros tiempos
se la llevó el progreso por delante.

A la vez que el desastre sucedía
tus brazos campesinos aumentaban
y el progreso, en tractores devolvía
los puestos de trabajo que robaba.

Presintiendo un futuro sin mañanas
nos fuimos muchos hombres y mujeres,
dejando el pensamiento en tus besanas
y el corazón anclado en tus paredes.

Por ser tu el pueblo que nos dió la vida
nos bebemos tus soles y tus vientos,
y tu raza, que sigue estando viva,
no olvidará su cuna, ni a sus muertos.

Y cuando llegue la noche eterna
y nos sorprenda lejos de tu seno,
que no falte esa mano dulce y tierna
que nos traiga a enterrar bajo tu suelo.


Celestino Fernádez Rincón y Jose Manuel de la Cruz Cirujano.

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