Yo, que a mis unidades lingüísticas,
en su mayor medida, por cultas tenía
y fomentaban en mi ese realzar
de un exquisito vocabulario al hablar
no son más que, para un intelecto infantil,
de incomprensible comprensión,
sintagmas redundantes
de vasta extensión
invertidos en las cumbres notarías
por los más elocuentes notables
en llenar con palabras vacías
un valioso tiempo indispensable
orgullosos de su castellano decadente,
jamás chanelado por el vulgo,
a veces llevado a errores
mientras no lo hagan llanamente;
su idioma llamado a culto,
su idioma llamado a horrores
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